Lo que les ha
fallado del todo ha sido “La Roja”. Aunque no pintaba mal el cálculo. Se
proclama al nuevo Rey rodeado del boato pertinente pero obviando cualquier
debate ciudadano sobre la forma y el fondo del estado en el que tienen que
vivir y a la espera de que en las calles se disimule el escaso fervor popular
que despierta el evento sucesorio cubriéndolo con patrióticos cánticos de “yo
soy español, español, español…” y balcones engalanados con banderas rojigualdas
–mejor si lucen su enternecedor toro- y motivado todo, más que nada, por la
clasificación de la selección de fútbol para la siguiente ronda del Mundial de
Brasil. Marca España.
Y viene
ocurriéndole a esta franquicia –filibustera, como todas-, las cosas se le
torcieron bochornosamente. El toro ancestral -de los Osborne, ciertamente-, cansado ya de tanta fanfarria, dijo que no
toreaba más y pidió que le sacaran las vacas, que él se volvía con ellas a los
corrales. El mismo día en que es abdicado JuanCar,
“La Roja” es abdicada también del planetario campeonato por la selección de
Chile, que se queda hasta con el apelativo –futbolero, que no futbolístico- que
previamente se les había usurpado. La de Holanda, unos días antes, también
había ajustado cuentas.
Así que el
nuevo Rey es proclamado con un entusiasmo más bien tristón y con el único
consuelo popular de que nos ahorramos las también planetarias primas. O eso
parece.
Dicen que fue
un convincente recado de Felipe González –sin que quede claro si de parte de Merkel o de los Estados Unidos directamente- lo que
precipitó la real abdicación. También se dice que la grabación en la que se
anunciaba el renuncio tuvo que repetirse porque Juan Carlos rompió a llorar en
el primer intento.
Precipitado
todo sí que fue, pero conocido es que el rumor no es noticia. Quizá el titular
adecuado para este asunto hubiese sido algo así como “El Rey abdica pocos días
después de las elecciones europeas”. Pero ese encabezamiento, mucho más veraz que
cualquiera de los tediosamente repetidos estos días, pero que inconvenientemente
recuerda a su antecesor –en la corona, que no en el mando, que ese fue otro,
precisamente el mismo que le nombró- pillando puerta por Cartagena, estaba muy
por encima de las posibilidades de los medios periodísticos del Régimen del 78.
¿Y qué pudo
pasar en esas elecciones? Que buena parte de la indignación –esa tan
ultrademocrática como ineficaz forma de expresarse en plazas y calles- supo
ponerle unos cuantos votos y caras a la cosa. Y como Holanda, les metieron
cinco. Y como en El Rey desnudo, éste,
sus allegados, desde Friolán hasta el duque EmPalmado, y el conjunto de “la
casta”, desde Botín a Rubalcaba –otro que tal-, quedaron con la cosa verdaderamente al aire.
Como hace casi
cuarenta años, ha comenzado otra “Transición”. Como entonces, el dilema vuelve a repetirse: ¿Reforma o ruptura democrática? Hoy, al menos, conocemos bien las consecuencias de la primera opción.
Bruno Jordán
Bruno Jordán
La real proclamación, seguida atentamente ese día en el hospital Reina Sofía de Murcia.
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