Pueblerinaje
Hace unos pocos años
pude presenciar el Danubio. Un par, apenas, de los incalculables paisajes de su escorrentía hasta el mar. Hasta el Mar
Negro, que no conozco.
Faro de Devin A. Amores / B. Jordán
Aguas arriba pero cerca de Bratislava, a no muchos metros del faro de Devin, alcancé a darle sentido a la pérdida del color azul que, como se encargó de inscribir en nuestro imaginario el vals, a la altura de Viena, lleva apellidado su nombre: se junta con el Morava todavía bravo y bullicioso. Efervescente. Y oscuro.
Ya confundidos en el
mismo nombre y curso, pude verle luego uniendo y separando Pest de Buda. Un
trasiego todo. También hacia arriba y hacia abajo.
Pest y Buda unidas y separadas A. Amores / B. Jordán
Evoco estos aún
recientes recuerdos porque me he puesto a leer a Claudio Magris, Premio Príncipe
de Asturias de las Letras en 2004 – y no a causa de este presunto
reconocimiento- sino por el título del libro que ando manejando que únicamente
con su apelativo, el Danubio, bastaría para titular buena parte de la
literatura europea y de sus historias.
Como cualquier río que
medianamente se precie, el Danubio muere y nace enjambrado.
También el libro de
Magris nace enjambrado, pero por el momento solo en lo que hace a su comienzo.
No puedo saber como terminará aunque no me extrañaría que lo hiciese abruptamente.
Cual catarata, digamos.
Y es que llevo ya
algunas páginas leídas y, entre la densa hojarasca instruida y familiar con que
se adorna Magris, solo he llegado a concluir que, incluso en plena Selva Negra,
en Baviera, en la profunda Alemania, son tan pueblerinos como lo somos en el
mío y lo son en el que tenemos más allá de las montañas.
Resulta que el Danubio,
de toda la vida nacía oficialmente en un punto en el que confluyen dos
riachuelos. Pero el alcalde del pueblo donde emana uno de ellos medio centenar
de kilómetros más arriba se hizo con palpables datos, también oficiales, que
acreditaban que el nacimiento de su propio riachuelo distaba de la
desembocadura final más de lo que lo hacía el otro.
Y seguido por un tropel
de conciudadanos –presumiblemente dignos y furibundos pese a que Magris no
reseña nada en este terreno- arrojó con desprecio una botella de aguas de su
riachuelo en una fuente del otro pueblo donde precisamente convergen los dos
cauces y en la que se venían celebrando las ceremonias oficiales de este parto
acuático, por así decirlo, del Danubio.
Bruno Jordán
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